La poesía visual de Issa Watanabe
Conversamos con la ilustradora peruana Issa Watanabe, creadora de los premiados libros ilustrados Migrantes (2019) y Kintsugi (2023), publicados por la editorial Libros del Zorro Rojo.
En esta conversación, Watabane argumenta sobre la necesidad de narraciones infantiles sobre temas como la migración y la pérdida —que ella ha tocado en sus publicaciones— y relata el proceso de Kintsugi, un libro hecho, en sus palabras, “para tratar de entender algo cuando nada parecía tener sentido”.
En la Feria de Bolonia, Issa Watanabe conversa con Ojo en Tinta, poco antes de sentarse a firmar libros en el puesto de la editorial Libros del Zorro Rojo; misma tarea que hizo por varias horas el día anterior. El lugar de la firma en Kintusgi, lo deja para las hojas de guarda finales, donde hay un pájaro dibujado y un poema de Emily Dickinson, que comienza con estos versos: “La esperanza es esa cosa con plumas — / que se posa sobre el alma — / y canta la melodía muda — / que no cesa — jamás — ”.
—El origen de Kintsugi, has comentado, está en la muerte de tu padre, el poeta José Watanabe, el año 2007.
—La muerte de mi padre fue el inicio de estas ideas que dan vueltas en la cabeza, pero que en ningún momento piensas en trabajar alrededor de ellas o hacer un libro. Solo son cosas que te han obsesionado y que empiezan a encontrar el sentido con la experiencia, con las vivencias a través de los años. Eso por lo menos me pasó a mí. Hace pocos años, sucede otra experiencia personal muy fuerte, una cosa familiar muy difícil, y este libro surge primero con imágenes sueltas. Como una manera de tener un espacio en el que ir sacando lo que sentía, mientras alrededor las cosas se desmoronaban. Era el espacio para refugiarme, digamos, para tratar de entender algo cuando nada parecía tener sentido. Juntar estos fragmentos de dibujos e ilustraciones para ir encontrando cómo armarlos, fue un proceso de reparación personal, que es lo que termina siendo lo que vemos en el libro: la secuencia de una búsqueda. Cuando termino de hacerlo y lo presento a la editora, siento casi como si estuviera dándole un pedacito de mí. Y la verdad es que no pensé en que tuviera la respuesta que ha tenido. No es un libro fácil ni comercial. Es un poco como Migrantes. Tampoco tiene palabras, es oscuro, toca un tema complejo y es muy abstracto, incluso más que Migrantes. Pero creo que ha resonado porque todos en alguna medida hemos tenido una experiencia así. No necesariamente tan dramática como una muerte o un diagnóstico, pero sí quizás una mudanza o la pérdida de un amigo. A lo largo de la vida son cosas que suceden.
—En Migrantes hay una calavera. Un personaje que está presente en otras narraciones infantiles recientes, como en El pato y la muerte (Bárbara Fiore, 2007), de Wolf Erlbruch; y La madre y la muerte (FCE, 2015), de Alberto Laiseca y Nicolás Arispe. ¿Cómo reaccionan niñas y niños ante ella?
—Uno de los talleres que hacíamos con Migrantes, consistía en invitar a niños a contar la historia, a ponerle palabras. Y las interpretaciones que ha tenido el personaje de la calavera han sido bastante más creativas que las de los adultos, que tenemos muchas veces encasilladas las cosas. Quedé sorprendida con todo lo que puede significar para ellos un personaje como ese. No he visto ni un solo caso de un niño que se haya asustado al verla; por el contrario, les llama mucho la atención, les encanta, quieren dibujarla y contar historias sobre ella. Hay calaveras que pueden ser más amenazantes, es cierto, pero en el caso de Migrantes, es amable y cercana a los personajes. Los acompaña, es casi como parte de ellos. No es alguien que amenace en el viaje. Es casi frágil. “La muertecita”, le decía. Los personajes están caminando y están huyendo, pero rápidamente te das cuenta de que no está huyendo de esa muerte representada en la calavera. Están huyendo de algo que es mucho más amenazante, que quizás es otro tipo de muerte: la guerra, el hambre o catástrofes naturales. Es algo que no se dice en el libro porque puede ser cualquier cosa.
—El fondo de Kintsugy y de Migrantes es negro. ¿Por qué decidiste la oscuridad para ambas narraciones?
—En Migrantes era una cosa más vinculada a lo duro del camino. Contrasta con el fondo negro, el color, lo vivo, el movimiento. Siempre tengo en la cabeza también el libro El elogio de la sombra, de Tanizaki, y de lo que las sombras pueden decir al ocultar. Hay un poco de eso en los dos libros.
—Finalmente, hay una preocupación que ha tomado cada vez más fuerza entre los ilustradores y ha sido evidente en la última versión de la Feria del Libro Bolonia: la inteligencia artificial. ¿Sientes que es una amenaza?
—No estoy muy metida en la inteligencia artificial, sé que mucha gente lo siente como una amenaza y probablemente para un sector enorme lo sea. Si alguien solamente se dedica a hacer una ilustración muy técnica y muy espectacular, quizás sí, ahí hay algo en amenaza, pero cuando hay algo que surge de las entrañas, creo que eso va a perdurar. Hay algo en lo artístico que me parece irremplazable. Lo que tiene que decir una persona desde un lugar experiencial, emocional y personal difícilmente lo va a reemplazar una máquina, por más inteligente que sea. Personalmente, dibujo todo a mano con lápices de color acueralables. Es un trabajo bien delicado, porque hay mucho detalle. Luego, como son independientes los dibujos, los escaneo y los voy montando sobre un fondo plano digital, que es la única intervención digital. Hay algo de la experiencia material que es para mí riquísima. Mi manera de trabajo técnico permite mucho el juego más intuitivo, más inconsciente, donde hay espacio también para la sorpresa, para que surja algo que no estaba planeado. Es como cuando uno hace terapia y empiezan a salir las cosas. Hay un proceso personal de tratar de entender. Ilustrar para mí es un trabajo de exploración, pero sobre todo de exploración personal.
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